Recuerdos...
Llega
la primavera conmigo intentando reducir la cafeína y la dependencia emocional a
base de aumentar la comida, la nicotina y sus añadidos y el contacto con mi psicólogo.
Por fin
algo más claro, y es que mi mente siempre ha tardado días en asimilar las cosas;
como llorar una semana después de una gran catástrofe. Procesar, que dicen, me
toma tiempo.
Los
dolores siguen, hoy es uno de esos días. Pero solo es paciencia y confiar en que
el plan de salud funcione… ya queda menos.
Vienen
estos días a mi cabeza millones de recuerdos, debe de ser de tanto evocar ese
pasado perdido, las charlas en la red y experiencias vitales compartidas.
Recuerdo los 14 y sus excesos, los ingresos; los 15 y sus castigos, conocer el
sexo… el centro de día, los porros, chicos malos y creerme la reina del mundo
con mi mejor amiga. Llorar en parques, follar en portales.
Esa era yo… el TLP
tomaba las riendas y yo no quería medicación, ni psiquiatras. Me ayudaba mas
hablar con mis compañeros de ingresos y del centro de día, cada uno con una patología
diferente, que las sesiones de mierda con el/la psiquiatra de turno. Me veía observada
por un adulto de cara seria, que hacía preguntas que parecían ataques y solo decía
“mmm” ante mis respuestas, pocas explicaciones y nada de ayuda.
Hoy hablan de terapias psicológicas, mindfullness, actividades y salidas, arte… en mi época eso era más una medida de control, de contención.
Recuerdo
un día, encerrarme en el baño del centro de día tras un gran disgusto, tenía
una navaja que no recuerdo de donde saque; quise cortarme las venas. Mis compañeros
y enfermeras me hablaban a través de la puerta, finalmente me convencieron para
abrir. Ahí estaba yo llorando y con la navaja en las manos, me abrazaron y creo
que decidieron no contar nada a mi madre. Sabían que no ayudaría para nada, aunque
no sé si el psiquiatra se lo comentaría. Recuerdo como hasta allí hubo una situación
que me hizo sentir idiota y absolutamente utilizada, eso empezaba a pasarme a menudo.
Juzgada por esa situación, y como no, mama detrás de todo.
Ahora
veo todo eso de lejos, ya no soy esa niña; pese a asentirme así mil veces.
Supongo que supere la fase de cortarme, de que todo le dé un vuelco a mi mundo
como para querer quitarme la vida cada 40 minutos.
Mi
madre no me entendía, el psiquiatra era un idiota, los ingresos solo me retenían,
los hombres no fueron de ayuda y la medicación solo atontaba. Los días eran una
sucesión de tareas aburridas y sin sentido, yo una adolescente dopada y medio
sedada todo el santo día. Y llegar casa, como siempre, mi peor pesadilla. Así
fueron los 14 y el inicio de los 15… entre medias me rompían el himen y probaba
los porros.
Los 16
me pillaron con novio, en otro ambiente y emporradisima. Los 18, por fin mi
propio espacio. Los 20 me volvieron tarumba: insomnio, ataques de ira y odio,
romper todo, gritar como una posesa.
Y sin
darme cuenta tenía 30, volvía a los 15 y el mundo otra vez se me hundía.
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